lunes, 29 de junio de 2009


Todos necesitamos alguna vez un cómplice,
alguien que nos ayude a usar el corazón.
Que nos espere ufano en los viejos desvanes,
que desnude el pasado y desarme el dolor .
Prodigioso, sencillo, dueño de su silencio.
Alguien que esté en el barrio donde nacimos o
que por lo menos cargue nuestros remordimientos
hasta que la conciencia nos cuelgue su perdón.
Cómplice del trasmundo nos defiende del mundo,
del sablazo del rayo y las llamas del sol.
Todos necesitamos alguna vez un cómplice,
alguien que nos ayude a usar el corazón.
Mario Benedetti.

Somos humanos. Tarde o temprano nos hartamos de construir castillos en el aire y comenzamos a edificar en tierra firme.
Aprendemos. Cansados de las embestidas de la gente, valoramos quien se acerca a nosotros sin armadura.
Y entre tanto dolor y tanta mierda, como un diamante brilla quien te dice … ¡¡Ey, que estoy aquí… que yo si naci para quererte!!.
Y te regala poemas y canciones, te ofrece su mano y hasta el hombro para que lo moquees.

Son esas personas decididas a “Cuidarte el alma”, las que te devuelven las “Grandes Esperanzas” que dejamos por el camino de la vida.

El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta...

Recuerda que todos tenemos un ángel de la guarda, y que normalmente está tan cerca que ni lo vemos.

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